Los rumores y las noticias falsas como una herramienta para destruir la carrera de un candidato, no son asuntos nuevos en política.
Desde que los medios de comunicación masivos hicieron notar cuánto influyen en la decisión de los votantes, los comandos han tenido equipos especializados en escarbar en la basura del contendor y echar a correr rumores aspirando a que estos lleguen a ser portadas de diarios y titulares de televisión. A veces, sobre la base del engaño, presentando el asunto como una «exclusiva» a un reportero, incluyendo fuentes aparentemente verídicas para que el periodista se lo crea. Otras, apelando a encontrar a algún director o editor de prensa con intereses creados.
En las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004, el candidato demócrata John Kerry vivió un episodio de este tipo que, a juicio de algunos expertos electorales, marcó su derrota: el caso «Swift Boat». El incidente recibió ese nombre porque fue levantado por un grupo de veteranos de guerra que cuestionó los registros militares de Kerry y el mérito de sus medallas de combate, quienes se hacían llamar «Swift Boats Veterans for Truth».
La denuncia se materializó en un libro escrito por John O’Neill y Jerome Corsi. El texto fue una fuente inagotable de ataques desde el frente republicano liderado por el incumbente George W. Bush. Párrafos del libro se propagaron por internet como incendio forestal en verano. Al final de la carrera electoral, cuando Kerry y sus asesores lograron desacreditarlo ya era demasiado tarde. Perdió la elección y lo único que logró rescatar fue la instalación del neologismo swiftboating. Así se le llama ahora en medios de comunicación estadounidenses no republicanos a un ataque político injusto o falso.
Cuando faltaba un mes para la elección que daría por ganador a Trump, el editor ejecutivo de The New York Times y premio Pulitzer en investigación, Dean Baquet, dio una entrevista a Ken Doctor, de Nieman Lab. Recordó la denuncia falsa contra John Kerry y conectó el hecho a la campaña de Donald Trump, diciendo que la irrupción del magnate había generado un cambio en el lenguaje del periodismo de Estados Unidos.
Los medios decían ahora las cosas más directas:
Yo era director de L.A. Times durante el incidente del «Swift
Boat». Los periódicos no sabían, no sabíamos cómo hacerlo.
Recuerdo haber luchado con el reportero, Jim Rainey, que cubre
medios de comunicación ahora, tratando de que escribiera
el párrafo que explicaba por qué la acusación de «Swift Boat»
era falsa (…) No sabíamos cómo escribir el párrafo que decía:
«esto es simplemente falso» (…) Creo que Trump ha acabado
con esa lucha. Creo que ahora decimos cosas. Lo comprobamos
y escribimos con más fuerza que eso es falso
Pero aunque la prensa tradicional lo dijera con un lenguaje más claro y sin eufemismos, no pasó lo mismo en la web. Se crearon muchos medios digitales para difundir noticias falsas. Crecieron como espuma y no solamente con la intención de dañar a un candidato u otro, sino simplemente por una sencilla y tentadora ecuación: «más clicks, más dinero».
Algunos de estos medios usaron nombres que pretendían cierta sofisticación –aunque burda– como The Burrard Street Journal de Canadá, que tuvo una cobertura especial de elecciones en Estados Unidos, antes y después del triunfo de Trump.
Su pauta incluía este tipo de noticias:
«El presidente Obama ha admitido por primera vez que él y
su familia están ‘considerando seriamente’ mudarse a Canadá
si Donald Trump es elegido presidente de los Estados Unidos».
«Donald Trump ha nombrado a Twitter como el nuevo secretario
de prensa de la Casa Blanca. La noticia confirma lo que
muchos sospechaban desde que ganó las elecciones».
«El candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos
dijo a un importante sitio de noticias canadiense que podría
‘comprar y vender’ todo el país de Canadá si ‘se sentía a gusto’.
Lo dijo al enterarse de informes que hablan de los casi 20 millones
de estadounidenses que se han comprometido a trasladarse
a Canadá si él se convierte en presidente».
The Burrard Street Journal no tomó una postura editorial que favoreciese a Trump. Se mantuvo fiel a su perfil burlesco y convirtió la elección en magneto para atraer público, mostrando contenido divertido. Riéndose de todo y de todos.
El material que inventó el administrador del sitio, John Egan, se viralizó desde Vancouver hacia el resto del mundo. Unos replicaron el contenido en tono de broma y otros lo promovieron haciéndolo parecer verdad, como The Insider y The Conservative Daily Post, para un público conservador estadounidense.
Este tipo de medios florece «como la mala hierba». Cualquier persona, en cualquier parte del mundo, puede levantarlos, con el único objetivo de generar interacciones. En otras palabras, lo que buscan es que los usuarios compartan la historia, la copien y peguen en sus muros de Facebook, etiqueten a sus amigos, comenten en la propia plataforma, carguen videos asociados al contenido original, etc. ¿Por qué? Porque mientras más interacciones y clicks logren, más dinero ganan.
Beqa Latsabidze es un ejemplo claro de ello. Cuando comenzó la carrera presidencial estadounidense era un estudiante con problemas económicos en Georgia, exrepública de la Unión Soviética. ¿Qué interés podía tener en la elección? Como no conseguía empleo, le pareció buen negocio aprovechar sus conocimientos de informática y ganar dinero generando contenidos sobre la contienda Trump-Clinton. Fundamentalmente, porque todo el mundo hablaba de eso.
Primero creó un sitio a favor de Hillary porque dio por hecho que, dados los números globales a su favor, muchos cibernautas le darían tiraje a sus contenidos. Pero a poco andar notó que la gente buscaba otra cosa. Los periodistas Andrew Higgins, Mike Mc Intire y Gabriel J. X. Dance, de The New York Times, contactaron a Latsabidze en noviembre de 2016, con Trump como presidente electo. A ellos les contó lo que descubrió sobre las preferencias de los cibernautas durante la elección: El tráfico lo impulsaban, principalmente, las historias elogiosas de Donald, aunque estas fueran inventadas: «A mi público le gusta Trump. No quiero escribir algo negativo de él»
La innegable onda expansiva de las fake news hizo que los monstruos del tráfico de contenidos online, Google y Facebook, hablaran públicamente. El 15 de noviembre, exactamente una semana después de la victoria de Trump, el buscador más grande del mundo anunció límites publicitarios para castigar a los medios que promovían noticias falsas. Específicamente, la prohibición de utilizar su red de AdSense (a través de la cual la compañía pagó unos 10 mil millones de dólares en 2015 a blogs y otros sitios alrededor del planeta). «Restringiremos la publicación de anuncios en páginas que falsifiquen, distorsionen u oculten información sobre el editor, el contenido del editor o el propósito principal de la propiedad web», señalaron a través de un comunicado. Se refirieron solamente a lo publicitario, pero no a la posibilidad de bloquear contenidos mentirosos.
Días antes Mark Zuckerberg defendió a Facebook, cuando dijo que la red social a su cargo no había desequilibrado la balanza electoral a favor de Trump: «no integramos ni mostramos anuncios en aplicaciones o sitios que tengan contenidos ilegales o engañosos, lo que incluye noticias falsas», indicó.
No se puede establecer una relación causa-efecto entre este tipo de contenidos y el resultado de la elección sin hacer un análisis del voto efectivamente emitido por los estadounidenses que eligieron a Donald Trump, ni medir el nivel de exposición de esas personas a los mensajes falsos. Sin embargo, es innegable que el nivel de alcance de ese tipo de noticias fue mucho mayor que el de la prensa tradicional.
Para dejar en evidencia las incongruencias del republicano, y en un intento desesperado por frenar el crecimiento que este mostraba en las encuestas, el equipo de Hillary Clinton levantó lo que llamaron sus «siete mentiras capitales», a través de un video que echaron a correr en redes sociales y en medios digitales un día antes del primer debate televisivo que los enfrentó a ambos. La pieza se titulaba «Trump no puede ganar el debate si repite algunas de estas mentiras».
Incluía, fundamentalmente, sus ambivalencias en temas de política exterior y defensa, como cuando decía al inicio de su candidatura que siempre fue un opositor a la guerra en Irak a diferencia de Hillary Clinton. Mostraron grabaciones que supuestamente correspondían a septiembre de 2002, donde Trump manifestaba lo contrario. Lo mismo ocurrió con la opinión del magnate sobre el rol de Washington durante la crisis social en Libia en el año 2011 y las falsas vinculaciones que hizo entre el grupo terrorista Estado Islámico –ISIS– y el entonces presidente Barack Obama, a quien acusó directamente de ser su fundador.
Jennifer Palmieri, directora de campaña de Hillary Clinton, habló con la prensa una semana antes del primer encuentro cara a cara entre ambos candidatos y dijo que Trump había mostrado «un claro patrón de repetir mentiras demostrablemente falsas y esperar que nadie le corrija. Los votantes y espectadores deberían hacer un seguimiento. Cualquier candidato que dice estas mentiras, claramente no puede ganar el debate», sostuvo.
Llegó el día y Trump arremetió poniendo en escena la misma lógica que anticipaba Palmieri. Y lo hizo con un nivel de audiencia sin precedentes, ante la mirada atenta de 80.9 millones de personas que siguieron el debate en vivo a través de 12 cadenas estadounidenses, durante noventa minutos sin cortes y con cobertura en redes sociales como nunca antes vía Twitter, Facebook y Google.
Ese martes 27 de septiembre, Donald John Trump dio mucha tarea a un grupo de profesionales que en otras elecciones eran prácticamente anónimos, pero esa noche salieron a relucir: los verificadores de datos.
16 mentiras salieron de la boca del magnate, según reportaron los expertos.
Aseguró nunca haber dicho que el calentamiento global era un invento de China, pero los medios rápidamente echaron mano al historial de Twitter.
Sacaron de su cuenta un mensaje del 6 de noviembre de 2012 que decía:
«el concepto de calentamiento global fue creado por los
chinos para no hacer competitiva la manufactura de Estados Unidos».
Hillary Clinton puso en duda el verdadero patrimonio de Trump, el pago de impuestos federales y sus donaciones a grupos de caridad. Durante el debate lo acusó de no querer mostrar su declaración de renta para ocultar la real información sobre esos temas. Él contestó que se le impedía publicar información de ese tipo al encontrarse bajo auditoría fiscal.
Un artículo publicado horas después por BBC evidenció la mentira del magnate:
«ser auditado por el Servicio de Recaudación de Impuestos no prohíbe que puedas dar a conocer tu declaración de la renta, la cual revelaría el ingreso anual de Trump, cuánto paga de impuestos y cuánto destina a causas de caridad»
La elección de 2016 fue caldo de cultivo para la política de la ligereza discursiva, alejada de la verdad, donde los hechos comprobables pasaron a un segundo plano. Una «política libre de hechos» que en Estados Unidos dio sus primeros pasos mucho antes, con la irrupción de Barack Obama, como señala Van Aelst. Recuerda cuando en 2008, en plena campaña, se dijo que el entonces candidato tenía un origen musulmán. Quienes más lo hicieron notar fueron los cristianos tradicionales, mientras que el rumor de que Obama no había nacido en Estados Unidos –otra mentira– hizo más sentido entre los votantes conservadores.
«La emoción le gana a la razón», dice el investigador, quien conecta las historias falsas sobre Obama con las mentiras que el electorado de Trump pasó por alto en 2016 para explicar lo que muchas encuestas no detectaron:
Ambas historias falsas están relacionadas con el hecho de
que Obama es visto como diferente. La idea de que un hombre
negro está dirigiendo su país es para muchos difícil de aceptar.
Tienen nostalgia por un país cristiano blanco y familiar. Ese sentimiento
es tan fuerte que están dispuestos a creer a un hombre
que promete traer de vuelta a su país.
El 26 de noviembre de 2016, el diario chileno El Mercurio dejó en evidencia esa predisposición. Presentaron el nivel de interacciones que habían conseguido cinco noticias falsas difundidas a través de Facebook:
«El Papa Francisco conmociona al mundo y respalda a Trump
para presidente» (960 mil interacciones).
«Wikileaks confirma que Hillary vendió armas al Estado
Islámico» (789 mil).
«Se acabó: se filtra correo electrónico sobre ISIS de Hillary»
(754 mil).
«Solo lean la ley: Hillary no está habilitada para desempeñar
ningún cargo federal» (701 mil).
«Hallan muerto a agente del FBI sospechoso de filtraciones
de correos de Hillary» (567 mil).
Paul Horner, colaborador de sitios web cuyo trabajo es inventar noticias falsas –ganando hasta diez mil dólares al mes por hacerlo–, lo explicó con estas palabras: «nadie nunca chequea los datos. Así fue como Trump fue elegido. Él dijo lo que quiso y la gente creyó todo, y cuando se comprobó que las cosas que decía no eran verdad, a la gente no le importaba, porque ellos ya lo habían aceptado»